La sabiduría de los pibes de boina

 Ni bien me senté en las filas traseras del auditorio de la Bolsa de Cereales de Bahía Blanca saqué mi celular y tomé una foto de algo que me impresionaba: varios pibes muy pibes lucían sus boinas unas butacas más adelante, en silencio, posiblemente cansados y hasta quizás aburridos, pero muy respetuosos y atentos de lo que sucediera sobre el escenario. Tuitié la imagen y recuerdo que obtuve varios retuits. Supongo que a la gente le gustó notar que había chicos de boina aprendiendo y debatiendo sobre cuestiones de adultos, como la educación. De tan sabiondos que son, los adultos creen tener soluciones para todos los problemas. Y si además provienen de la gran ciudad, seguro que de palabra todo lo arreglan. Las boinas que yo veía, en cambio, eran un signo claro de pertenencia a la ruralidad. Y eran pibes los que la lucían con orgullo. Pibes nacidos y criados en el medio rural eran los que debatían las cosas de todos nosotros, y sin disimular su origen.

Esa primera imagen de compromiso fue la que me convocó a hablarles a esos pequeños “ciudadanos” (¿se dieron cuenta de que se denomina así a quienes ejercen con responsabilidad sus derechos y obligaciones cívicas, como si eso sucediera solamente en una ciudad?), con la mayor de las honestidades. Palabras más, palabras menos, les conté a esos chicos de boina de los ateneos de Carbap que estaban en graves problemas, pues no solo deberían preocuparse por la educación de ellos mismos sino que además deberían esforzarse en educar al resto de la sociedad. Explico.

En mi opinión, el mayor riesgo que enfrentan quienes se dedican a las actividades productivas, por más educados que sean y capacitados que estén, es el desconocimiento y el consecuente nivel de prejuicio que existe entre los pobladores de las grandes ciudades respecto de la cuestión rural. Para la media de los habitantes urbanos, no es cierto que haya cientos de miles de Pymes agropecuarias nacionales sino apenas un puñado de oligarcas sumamente ricos, que prefieren depositar su dinero en el exterior y vacacionar en Miami antes que invertir en un nuevo tractor o simplemente en alimentar una vaca. Percibe ese gran público que los productores son privilegiados y no víctimas, como ellos mismos se presienten.

Es un desconcierto enorme el que sucede. Unos se sienten víctimas y a los otros victimarios. Y así mismo es a la viceversa, en contramarcha. El divorcio entre campo y ciudad se percibe muy profundo y casi irreconciliable. De todos modos, no se soluciona con dividir los bienes y a otra cosa, porque todos estamos condenados al mismo techo, compartimos el mismo espacio territorial. Unos dependemos de otros. Y viceversa.

Las nuevas generaciones de productores no solamente tendrán que ser los mejor preparados para producir sino que además han de ser grandes sanadores, curadores de esta cicatriz absurda que no es provechosa ni para el campo ni para la ciudad. Han de esforzarse estos pibes de boina para encontrar los vasos comunicantes, que regeneren un amor que alguna vez existió y aún está latente. Las brasas que se esconden bajo cenizas mantienen el calor de un proyecto nacional, compartido y ventajoso para todos. Hay que soplar.

Les dije a los pibes de boina de Carbap que debían ponerse a trabajar para cerrar esa grieta, la verdadera, la más improductiva de todas. Se los dije como posiblemente viejo, y como habitante de la gran ciudad. Les dije que deberían inventar un nuevo proyecto que nos incluya a todos y nos vuelva a enamorar, como país integrado y federal.

Ellos me escucharon con respeto y compromiso, y ese ha sido el mejor de los comienzos. No se sacaron la boina y eso estuvo muy bien, pues se trata de una insignia. Pero en el encuentro de Bahía Blanca ellos y yo comenzamos a quitarnos las corazas.

Matías Longoni, periodista