Troperos, un oficio en vías de extinción

Son pocos los que siguen el viejo oficio de tropear hacienda. Francisco y Oscar, pese a que están jubilados, siguen haciéndolo. Coincidieron en que la juventud busca trabajo en la ciudad, y no en el campo. 

Pancho y Oscar

En Ceibas, Paranacito, Médanos, en zonas de campo bajos todavía se encuentran hombres de a caballo. Gente que trabaja en monte, esteros, bañados, a lomo de caballo, la única manera de hacerlo.

El avance de la frontera agrícola acorraló a la ganadería,  que se refugió en el delta y también  a aquellos que en los denominados campos altos trabajaban con hacienda.

Hoy el panorama es otro, con un renacer de la ganadería en todo el campo, no sólo en los bajos. Sin embargo, el oficio de tropear, arriar y trabajar con hacienda se está perdiendo y qué mejor que hablar con dos veteranos en esto de lidiar con las vacas, como Francisco Naef y Oscar De Armas.

La charla fue en las instalaciones de Las Achiras, previo al remate de Cabaña El Arranque,  rodeados de los elementos de trabajo: frenos, cinchas, aperos, bozal, estribos y rebenques.

Naeff, a quien todos conocen como ‘Pancho’, tiene 73 años de edad, 54 en un oficio que comenzó a temprana edad, siempre como jornalero, en la Rural de Gualeguaychú, también  en Feliciano, Chajarí, Perico, además del Empalme Islas y en Las Achiras. Comenzó a trabajar en la firma Daroca a los 18 años, “y si bien estoy jubilado, algún que otro trabajo hago, siempre en remates, apartando hacienda, embretando y demás”, explicó a ElDía.

Dijo que “hoy día cuesta encontrar muchachos que quieran trabajar en el campo”. Opinó que quizás sea “porque buscan algo  más aliviado en un comercio, en una fábrica; mientras que el laburo en el campo es duro. Casi siempre  al aíre libre, con todos los rigores del clima, y  muchas  veces, cuando la situación lo requiere, se trabaja los fines de semana y feriado”, detalló.

Los hombres de a caballo saben que cuando se viene el agua en los campos bajos y de islas, a la hacienda hay que sacarla y no importa el tiempo que lleve o si es domingo.

 

PANCHO ARRIERO

Francisco nació, se crió y vive en Sarandí, su lugar en el mundo. Es uno de los pocos sobrevivientes junto al  Ñato Melchiori, de los habitantes originarios de una zona que se ha cubierto de taperas, en una clara muestra del fuerte éxodo rural que  se viene dando en las últimas décadas.

Pancho trabajó en el arreo de animales por Calle de Tropas hasta el Frigorífico en otros tiempos, cuando transportaba hacienda para Eclio y Pío Rodríguez “cuando se faenaba en el “Matadero Municipal que estaba pegado al Frigorífico. En un rato, hacíamos el trayecto desde la rural hasta el punto de faena con lotes de 15 a 20 vacas”, recordó e indicó que “desde hace unos diez años no se tropea más”.

A Naeff le gusta andar bien montado. “Me gustan las cruzas, por ejemplo un percherón con un criollo, para que aguante mi esqueleto”, dice entre risas, haciendo referencia a sus 114 kilos bien distribuidos.

Calificó a la raza Angus, como “la más rústica para los campos bajos”.

Tanto Naeff como De Armas, sacaron innumerables lotes de hacienda, algunas cimarronas, de campos con monte, difíciles de trabajar, en algunos casos con la ayuda de perros; en otros no, “porque el perro si está enseñado, más vale no llevarlo; pueden hacer un desastre”, explicó.

ENSILLAR TEMPRANO Y RECORRER

Oscar De Armas nació en Dos Hermanas, donde creció y comenzó a trabajar en la Estancia El Retiro. Primero como parquero, “con dos baldes de 20 litros en cada brazo, porque ni hablar de manguera en aquellos tiempos”, recuerda y agrega que luego pasó  por distintas etapas hasta llegar a capataz en el mismo establecimiento.  En ese lugar estuvo 21 años; posteriormente  pasó a trabajar a Punta Caballo, donde estuvo dos décadas, tiempo en el que terminó de criar a sus dos hijos varones y una mujer. Ahora  trabaja en la Estancia El Talar, cerca de Gualeguaychú.

En sus inicios, para recorrer El Retiro (13.000 hectáreas), 16 paisanos ensillaban temprano y salían a recorrer la hacienda, mientras que en “Punta Caballo”, eran 15, contó.

Recuerda que en la primera estancia que trabajó “había un semanero que se cambiaba cada siete días. Era el encargado de hacer la comida, mucho asado; el de prender el fuego para comer, el agua caliente para el mate, también echaba los caballos y las lecheras a sus respectivos corrales”.

Comentó que en las estancias se prohibía el consumo de bebidas alcohólicas, “pero cuando salíamos de franco había canilla libre. Eso sí, el lunes había que estar al pie del estribo”, acotó sonriendo.

En verano se salía a las tres o a las cuatro de la mañana, para evitar los” intensos calores del mediodía “. Siempre se trabaja con protección, guardamontes, por las espinas, uñas de gato, espinillos entre otros.

Dijo que en la actualidad se carga en poco tiempo un camión y parte a destino, mientras que antes “se sacaba por arreo”.

En cuanto a la tradición gauchesca, indicó que estuvo muchos años en la Agrupación 23 de Octubre, “con unos desfiles espectaculares”, que si bien hoy continúan, “no tienen la magnitud de otros tiempos”, aclaró.

Después de la entrevista rumbearon para el sector donde estaban los caballos. Ensillaron y se metieron a los corrales en una tarea que realizan desde hace décadas,  y con la misma pasión que el primer día de trabajo.

Diario El Día: Fabian Miró